jueves, 16 de septiembre de 2010

En los brazos de la niebla


Te esperaré siempre, dulce amor
si la vida te destierra,
si has de salir de mi corazón
al amparo de una estrella.

Vieja luna, tú que tiñes de azul
esta noche de tinieblas,
dile a mi amor que guardo su luz
en los brazos de la niebla.

Te esperaré siempre, dulce amor,
más allá de la distancia
y junto a ti crecerá una flor
con la fe de mi constancia.

Vieja luna gris, que tiñes de abril
los parajes de la sierra,
dile a mi amor que le aguardo aquí
en los brazos de la niebla.

Me gustaría comentar desde las palabras de este blog, poco a poco, las canciones que componen mi CD "Nadie es más que nadie", al menos expresar por qué o cómo se me ocurrieron, aunque he de confesar que las palabras y la música poseen "vida propia" y la sensación que al menos yo percibo cuando escribo o compongo, es que los resultados se me escapan de las manos, como si yo fuera una simple "medium", lo cual no me exime de culpa si la cosa sale mal.(Toco madera).

Paisajes y sentimientos siempre andan vinculados entre sí. Creo que intenté expresarlo en el blog "Juglares del Duero". La imaginación configura la percepción de ambos de forma que todo se salpica de símbolos. Intenté componer una canción de amor y añoranza imaginando a una joven en medio de la naturaleza (la vida), en la ladera de una montaña, hablándole a la luna como quien habla a una madre. ¿No posee la luna ese cierto elemento misterioso que desde tiempos pretéritos cubrió el milagro de la maternidad? Me reconozco un poco "lunática", aficionada a la luna y sus contornos, veo en la noche y en la luna el símbolo del sentimiento oculto, del secreto abrigado, del yo más intimista.

¿Y la niebla? Mis ojos infantiles se acostumbraron a la niebla en Valladolid. También la niebla posee ese "algo" indefinido de misterio y magia. Las nubes bajan hasta nosotros desde muy arriba y nos empapan con ese aliento intangible acostumbrado a las alturas. Los días de niebla son como las noches oscuras:borrosos, impenetrables, enigmáticos. La niebla en la canción representa la incertidumbre, la sinrazón y la espera. Sólo la luna, con su reflejo nacarado, atraviesa la niebla y se promete confidente y al tiempo mensajera de los sentimientos de la muchacha.

La instrumentación resulta en un sonido "folk" de cierto aire celta (¡ay, las tierras solitarias de la Celtiberia! su imagen estaba presente en la composición). Creo que Otto Caballero, el arreglista, captó muy bien la intención vertida en la música y la letra.

Y siguiendo con las actividades, me han avisado para participar en una fiesta castellana en Borobia (Soria), en los orígenes del río Manubles. Disfruto de estos parajes y estoy segura de que tendremos un buen día.

Próxima cita: 10 de octubre, Borobia, (Soria) 13,00 h. Plaza Mayor.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Las uvas de septiembre



En los inicios de septiembre, cuando la calma se despereza y el agobiante calor de agosto cede el paso a esa nueva sensación que parece preludiar el otoño, antes de "ponerse las pilas" del todo e iniciar los proyectos de la nueva temporada, los recuerdos se remontan hacia una bonita experiencia de la infancia, uno de esos días irrepetibles que pululan por la memoria y cuya sensación se alberga en los rincones de la dicha.

Apenas guardo imágenes de aquella excursión. Andaría yo por los cinco añitos de edad, según mis cálculos que tal vez no sean exactos. Unos parientes de mi madre, en "La Seca" cerca de Valladolid y pueblo en que naciera mi abuela materna, nos habían invitado a compartir una jornada de vendimia.

Mis recuerdos me trasladan a un campo de viñedos, veo mis diminutas zapatillas junto a la imagen de un majuelo, veo gentes recogiendo la uva en grandes cestos que luego se colocaban sobre...¿un carro? No sé si la imaginación me engaña y el deseo de la plasmación romántica me hace contemplar un lento carromato de madera cargado con los serones, o si se trataba de un vehículo motorizado...es igual. La sensación que me dejó la tarde removiendo sus luces con serenidad parsimoniosa por encima de aquellos racimos no varía, pero prefiero quedarme con el carro. Toda novedad en los ojos de un niño queda flotando para siempre con un toque de magia. Lo que para otros resultó una dura jornada de trabajo, una más entre muchas, yo la viví como una aventura.

Cada vez que aparecen por los mercados las uvas de septiembre, me viene a la memoria la imagen del hombre unido a la tierra por ese vínculo sagrado entre la mano, la semilla y el fruto. Lección que muchos olvidan por elemental o porque no les llevaron a contemplar, siendo niños, el trabajo que supone recoger la uva y el premio de los enormes serones repletos hasta rebosar bajo ese puente de luz que preludia el final del verano y el principio del otoño.

Feliz retorno de las vacaciones.

Seguidores