miércoles, 13 de octubre de 2010

Borobia



Panorámica de Borobia, Soria.


Jesús Parra y Amparo García-Otero en Borobia (Soria).


¿Vamos por buen camino?. Ángel, desde el volante, no las tiene todas consigo. Jesús consulta el GPS que trae en la mochila. Me pasa el artilugio que contemplo con curiosidad. Reconozco que es la primera vez que tengo en mis manos uno de estos cacharros. Parece que está vivo, es casi como un ángel de la guarda que nos va indicando cómo es la carretera. Me voy a comprar uno, porque tengo un sentido de la orientación que cualquier día termino en Constantinopla buscando el camino de Burgos.

Llegar a tierras sorianas es como vislumbrar la Castilla esencial que describiera Antonio Machado. Ahí la tienen, tal cual. Atravesamos Almenar, el pueblo natal de la que fuera esposa del poeta, Leonor Izquierdo. El castillo de Almenar, donde precisamente nació Leonor, hija de un guardia civil, posee una estampa inconfundible. No hay tiempo para detenernos. Varias poblaciones más y encontramos el desvío hacia Borobia, casi en tierras aragonesas.

Los parajes son agrestes y emotivos. Tierra indómita, reacia a la mano del hombre. Peñascos inmutables. La tierra en estos lugares nos sitúa en nuestro lugar: ella es la madre, nosotros los hijos. Ella manda, nosotros admiramos su orgullo y no nos queda otra que aceptar nuestra condición. Sobre la silueta recortada de la sierra sobresalen los aerogeneradores, la única imposición que la huella humana ha osado inferir en el paisaje soriano. Aerogeneradores por toda la provincia. Algo de dinero traen, mucho de belleza original se llevan. Ahí la tienen, tal cual, la Castilla esencial que describiera Antonio Machado. Cabe recordar aquello de que "todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar..."

Borobia, 1.139 metros de altitud según rezan las cifras oficiales. Seguramente más si medimos desde la iglesia. El pueblo es como una cuesta hacia arriba, como un intento de llegar hasta la Gloria. Y la Gloria está allá en forma de iglesia románica, sobre una elevada cúspide pedregosa, rozando casi el firmamento que se escudriña desde el observatorio astronómico situado en el centro de la localidad.

La iglesia es imponente. Vista desde la entrada de Borobia parece una auténtica fortaleza. Los sillares antiquísimos exhiben su inexpugnable vigor desde la altura, orgullosos, casi desafiantes, enfrentados a los siglos y los vientos y las lluvias y las nieves.

Y enfrentadas entre sí andan las gentes de Borobia. El motivo: la posible explotación minera en una parte de su municipio. Los que están a favor dicen que traerá prosperidad y dinero. Los que están en contra, hablan de contaminación de los acuíferos que dan vida a tres ríos, de pérdida irreversible de fauna y flora.
Desconozco los datos a fondo. No puedo dar una opinión válida, pero mi instinto me dice que algo importante se juega en este asunto y recuerdo aquel verso de Juan Ramón Jiménez: "No la toques ya más, que así es la rosa". Y así es la tierra y así sus aguas. ¡Pobre Castilla, condenada a la pobreza o al desasosiego!.

Fernando Aguilar, de la asociación cultural "Mesta", había acordado conmigo y con el sacerdote que, antes del recital, cantaría el ofertorio de la misa. Quedamos en que interpretaría el Ave María de Schubert. Pero el órgano de la iglesia no funciona, ni hay quien me acompañe. Cantaré "a pelo", le digo. ¿Te atreves, Amparo? responde Fernando. ¡Será la primera vez que canto "a capella" en una iglesia", vamos allá. Me adelanto y una señora me indica el camino. "Yo soy de las del coro", "pues a mí me han dicho que cante en la misa", le digo yo, y añado "pero no quiero interferir con ustedes y si son ustedes las que cantan..." "no, no, estupendo que cante usted hoy", me dicen ella y otra señora que se nos añade, "así cambiamos". Al final quedamos en que yo canto el ofertorio con el Ave María y Cerca de ti, Señor, durante la comunión. Ellas, el resto. "Pero la iglesia es grande para una sola voz", me avisan. Entramos. En efecto, la iglesia no es pequeña, pero tiene coro en la parte de arriba. Desde allí, proyectando la voz y aprovechando la magnífica acústica, se puede obtener un buen sonido. Me abren la puerta para subir al coro. Huele a siglos. La balaustrada de madera ha sufrido algún embite de la carcoma. A un lado, el órgano, cubierto de polvo, como el arpa de Bécquer. ¡Qué belleza el interior! Una ya está acostumbrada a tropezarse con estas joyas, pero nunca termino de maravillarme. ¡Y qué acústica se consigue cantando desde el coro!.

Después de la misa, salgo a toda prisa hacia el salón donde vamos a actuar. Está engalanado con filigranas y hay puestos multicolores. Se celebra una feria. Al fondo, un escenario, el equipo de sonido y Jesús Parra probando guitarras y acordeón. Apenas queda tiempo para probar la voz, pero todo parece bien ajustado. Empezamos. El repertorio que he seleccionado es "de mi cosecha", salvo la "entradilla", que Jesús interpreta al acordeón al pricipio y "Ya se van los pastores" al final, canción soriana tradicional de obligado cumplimiento. Entre medias, intercalo "Viene el juglar" con temas dedicados a Castilla y no faltan el "Romance del Duero", que Gerardo Diego escribiera en tierras sorianas ni, por supuesto, "Soñé que tú me llevabas", de Antonio Machado. Una vez terminado el concierto, un miembro de "Mesta" lee un manifiesto en favor de Castilla y su medio ambiente. Les gusta mi trabajo a todos, así me lo hacen sentir y les agradezco el reconocimiento, estas cosas dan ánimos para seguir.

No podemos quedarnos a compartir la comida. Jesús Parra tiene un concierto en Mazagatos, Segovia, a media tarde, con un grupo de jazz y hay que salir a toda prisa. Nos preparan unos bocadillos de lomo y pimientos en pan de horno de leña. El café por el camino, en el Burgo de Osma.

Parada en El Burgo. Aquí pasé una temporada cuando tenía seis añitos. Me acerco a la pastelería a comprar mantequilla dulce. Es un sabor que me transporta a la infancia, uno de esos recuerdos en los que te dejas caer como quien se hunde en un colchón de plumas. ¡Qué pasteles...! ¡Qué fuerza de voluntad la mía...! Luego me arrepentiré de no haber caído en la tentación. Hay momentos irrepetibles que nunca se recuperan.

Por cierto, excelente el concierto de Mazagatos, por el grupo Baxtaló Drom, en el que colabora Jesús Parra.

Aquí dejo el vídeo que realizó mi amigo Pedro Pimentel con "Soñé que tú me llevabas", el poema de Antonio Machado al que puse música.

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